**Os transcribo textualmente el artículo titulado "El
entrenador de baloncesto y su halo de gloria…" escrito por el
vallisoletano Ernesto Fernández en su blog "El dolor de la lucidez"
y que plasma de foma magnífica la visión de lo que es ser entrenador. El hecho
de que Ernesto haya militado varias temporadas en ACB (Huesca y Puleva Granada)
y en Primera "B" (Caja Badajoz y Juver Murcia), le da una visión y
una perspectiva amplia y con mucho crédito, mas si unimos a ello su faceta como
escritor y como entrenador en categorías de formación. Agradecemos desde el
Blog Viveelbasket a Ernesto su autorización para poderlo publicar, la
colaboración desinteresada que siempre ha tenido cono nosotros cuando se le ha
pedido y al mismo tiempo le felicitamos por su extraordinario artículo**
EL ENTRENADOR DE BALONCESTO Y SU HALO DE GLORIA...
Hace más de treinta y cinco años que mis ojos de niño se
clavaron en un individuo cualquiera. Alguien decidió que una buena parte de las
órdenes que yo recibía a lo largo del día, en concreto aquellas relacionadas
con el deporte que yo había elegido en el colegio, el baloncesto, partiesen de
su cerebro, de sus métodos y de su capacidad de decisión, estando obligado a
acomodarme a sus rutinas. No contaba con demasiada preparación, era mi profesor
de educación física pero, en poco tiempo decía con orgullo: “es mi entrenador”.
Muchos años más tarde y en demasiadas ocasiones, el pronombre personal o
posesivo se cambia por el artículo determinado: “es el entrenador”. ¿Qué ha
pasado? ¿Dónde está el error?
Es evidente que el a veces innecesario abismo entre el
origen, siempre educativo y amateur de dicha profesión y su polo opuesto, la
evolución a una profesionalización desmedida, han contribuido a este cambio en
el afecto o sentimiento hacia su persona.
Pero… ¿cuál es el origen de su cometido, su misión, su
responsabilidad o su legado? ¿Merecen muchos entrenadores los calificativos que
tan alegremente les adjudican? ¿Dónde está la virtud, dónde la capacidad y los
méritos del premiado o adulado?
Durante estos años se han forjado frases ya de cuño
permanente, como la leyenda viva, el sabio, el prestigioso, ser una autoridad,
parecer un modelo social o deportivo, un experto… ¿dónde están los límites y
dónde la justicia de esos adjetivos? ¿En qué se basa el criterio social o individual
para admirar a un entrenador? ¿Es mejor ser una joven promesa, un veterano
curtido en mi batallas, un coleccionista de títulos, el más inteligente o con
más estudios, el que más clínics o charlas imparte, el más ducho en formación,
el que más equipos ha entrenado, el más audaz, el inventor de normas o
procedimientos, el innovador constante, el capaz, el zorro, el líder, el de
mayor capacidad educacional, incluso en el ambiente profesional?… ¿Qué se
prima? ¿Qué se premia? ¿Qué se valora o cuestiona?
En el melancólico y conocido paseo por la historia
aterrizamos con suavidad en aquel gimnasio de invierno de Naismith, que en 1898
decidió inventar un juego diferente para evitar el hastío en tiempos de lluvia
y frío. Pero James era, ante todo, maestro, profesor de educación física. Su
principal discípulo, Forrest “Phog” Allen, tomó ese glorioso relevo, destacando
también por ser innovador y profesor, además de inventor y precursor de la
moderna osteopatía. “Doc”, como le llamaban sus jugadores, entrenaba
prácticamente en todos los deportes y fue conocido por sus técnicas de
manipulación osteopáticas para curar a los deportistas. Allen fue un mito en el
campo del tratamiento de lesiones deportivas. También creó una clínica privada
de osteopatía, y todos los que fueron tratados por él manifestaban que tenía un
"toque mágico" para curar, base de la moderna fisioterapia: ciencia,
arte, manipulación rehabilitadora y placebo a partes iguales. "Phog"
formó a su sucesor, Dean Smith, cuya existencia será siempre valorada y
reconocida por ser el inventor, entre otros, del dos contra uno en defensa o el
“trap”, absolutamente desconocido hasta la fecha. De ello daría fe el Real
Madrid en su Torneo de Navidad (penosa defunción) de 1971, cuando los chicos de
Chapel Hill (North Carolina) lo aplicaron sin piedad. El base de aquel equipo
era un jovencísimo George Karl, que años más tarde se convertiría en entrenador
del propio Real Madrid y posteriormente en el técnico mejor retribuido de la
NBA. Por otro lado y en minutos finales y partidos con el marcador a favor,
propuso la sencilla técnica de las “cuatro esquinas” para perder tiempo y
conservar el balón. Smith no fue profesor, al menos de forma reglada, pero
curiosamente el 96% de los que pasaron por sus manos acabaron sus estudios
universitarios…
Ellos, brutales pilares del baloncesto actual, siguieron
pautas de docencia, siempre.
Conviene ahora recordar que entrenar es preparar o enseñar.
Y la RAE nos informa de que enseñar es a su vez, “instruir, adoctrinar o
amaestrar”. Todo ello bajo preceptos que formen individualmente para un arte o
facultad, y aporten reglas útiles para una colectividad. Es imposible enseñar
sin educar.
El brillo que dan la fama y el prestigio, el halo que
ilumina el liderazgo y la confianza, se forman con una base amplia que no
siempre consiste en lo evidente.
Los mejores entrenadores, las leyendas vivas o ya
fallecidas, los maestros, los de mayor prestigio, las autoridades reconocidas o
los modelos de comportamiento, pocas veces se basan en criterios pragmáticos o
números sin más. No debería ser elegido siempre mejor entrenador aquel que
entrena cada año al equipo puntero, de mayor presupuesto o el que más victorias
cosecha (¡Ay ACB de mi corazón…!), ni debemos admirar exclusivamente al que más
partidos acumula, ni al que más victorias aporta, ni siquiera al que más años
sobrevive en esta aguas o más entorchados o trofeos ha cosechado. Dejo a su
criterio tal elección, ya que las listas públicas de números y logros son
evidentes y están copadas por Ferrandiz, Lolo Sainz, Aito, Scariolo, Martínez,
Ivanovic o Pascual, todos ellos capitanes en victorias, títulos nacionales o
continentales, número de partidos ACB o trofeos de mejor entrenador del año.
(Paco García, Moncho Monsalve y Gustavo Aranzana)
Recordemos entonces los adjetivos que tan alegremente
manejamos en sociedad:
Sabio: que tiene profundos conocimientos en una materia,
ciencia o arte.
Prestigio: realce, estimación, renombre, buen crédito.
Influencia, autoridad.
Leyenda: persona o cosa admirada con exaltación.
Autoridad: prestigio y crédito que se reconoce a una persona
o institución por su legitimidad o por su calidad y competencia en alguna
materia.
Modelo: arquetipo o punto de referencia para imitarlo o
reproducirlo. En las obras de ingenio y en las acciones morales, ejemplar que
por su perfección se debe seguir e imitar.
Maestro: Dicho de una persona o de una obra: De mérito
relevante entre las de su clase.
Experto: Práctico, hábil, experimentado.
Líder: persona a la que un grupo sigue, reconociéndola como
jefe u orientadora.
Valor: cualidad que poseen algunas realidades, consideradas
bienes, por lo cual son estimables. Los valores tienen polaridad en cuanto son
positivos o negativos, y jerarquía en cuanto son superiores o inferiores.
Educación: cortesía y urbanidad.
Es ahora cuando el pálpito aconseja, cuando debemos pararnos
un segundo a reflexionar qué queremos admirar, qué queremos recordar, qué
queremos valorar.
“Cada quien es cada cual y baja las escaleras como quiere”,
cantaba Serrat…
(Jaume Ventura y José Felipe Coello)
Pero permítanme describir su mundo, el del entrenador, aquel
que tantas veces se ignora en su complejidad, en su historia, en su concepto.
El sentimiento de jugador es claramente temporal, el de ser
entrenador es vital, eterno, a veces incómodamente permanente. El entrenador es
incapaz de ver un partido de forma neutra, él piensa, analiza, corrige
mentalmente, plantea alternativas, modifica errores.
El buen entrenador, mantiene una correcta relación
institucional, cercana pero sin sumisión, y entiende y respeta las necesidades
o compromisos del contratante, se rodea de un equipo asesor suficiente, nunca
excesivamente numeroso, maneja sentimientos populares con inteligencia y sabe
marcar los tiempos deportivos a su antojo, adaptando necesidades y decisiones
de manera rigurosa.
El buen entrenador, castiga sin ser injusto y sin crueldad,
premia sin ser pusilánime, respeta al anotador insaciable y al joven junior que
ayuda sin más, en la misma proporción, sincera y clara, se disculpa sin bajar
la mirada y perdona sin rencores los gestos y momentos tensos para convertirlos
en tolerables y maleables. Innova sin ser estridente, conserva sin ser vintage,
arriesga sin ser suicida. El entrenador modelo mima más a quien menos juega y
nunca al revés, y sabe mantener su confianza, su autoestima, su fe. Protege al
equipo de las críticas, justas o injustas, y desplaza esa diana para no ser
blanco fácil de nadie, muestra fortaleza y determinación indestructibles,
independientemente del porcentaje de entendidos que cuestionen su trabajo, a
los que sonreirá siempre por crueles que sean, entendiendo que eso, a veces,
también es parte de la responsabilidad ajena; distribuye prebendas con
discreción -ya que igual rasero para todos no siempre es efectivo ni lógico-,
adoctrina sobre modelos de comportamiento deportivo y personal, y distingue sin
duda alguna entre lo individual y lo colectivo, y la importancia de cada uno en
ese esquema mayor.
(Antonio Gómez Carra)
El entrenador, con mayúsculas, es padre, cómplice, confesor
discreto, teniente general, un hombro noble donde volcar algún problema
personal; es fiel y sincero, sin doble rasero con la prensa ni cinismos
baratos, es amigo, profesor y maestro. Es la mano que mece la cuna o sujeta el
bastón, según los casos, un susurro preciso al oído o una orden de tono tajante
y efectivo, y es el bastión de un vestuario de terciopelo o de hierro, según
circunstancias. El entrenador consiente viajes dulces o tormentos, que nunca
depende de la organización sino del ambiente y enfoque, y goza de un humor
solvente y una seriedad latente.
Es educado y respetuoso, y tiene cierta cultura y habilidad
social. Maneja con suficiencia el castellano y tiene un trato intachable con
jugadores, público, prensa y junta directiva. Su bagaje es amplio- no por
senectud en exclusiva, sino por su madurez de espíritu-, imparte docencia, se
adapta al entorno social donde está inmerso en función de su compromiso con la
entidad, y respira hondo en cada ocasión siendo útil y fresco cualquier aire
que le toque filtrar. Se rodea de un equipo médico solvente y con suficiente
criterio, y de un experto en ejercicio físico con conocimientos, no sólo de su
materia, sino del deporte para el que va a capacitar a sus alumnos, que siempre
lo son. Mejor pocos asesores brillantes que muchos mediocres, aunque brillen
con luz propia, ésta nunca cegará, sino que ayudará a ver mejor y más claro. La
mediocridad nunca ayuda. Los entrenamientos serán variados, evitando la
monotonía, y no se cuestionará que a veces el mejor entrenamiento es un buen
descanso.
En cambio, exigirá que su proyecto, coherente, tenga una
duración razonable, y que exista un estudio y disponibilidad económica que
cubra al menos el 50% de sus expectativas si son prudentes y adaptadas al medio
que va a manejar, así como unas instalaciones cómodas y unos horarios flexibles,
y la redacción o modificación del reglamento de régimen interno más acorde a
sus necesidades, sin grandes destrucciones de sus pilares tradicionales ni
sanciones desmesuradas. Puestos a hilar fino, será elegante y sabrá como
acertar en cada ocasión, el evento deportivo, la celebración o la ofrenda a la
virgen local, que todo cuenta. Ser entrenador es ser un impertérrito formador y
forjador.
El mayor error de un entrenador es dejar de ser educador, ya
que no siempre el dominio y la autoridad llevan implícito el respeto, ni la
confianza o el trato cercano son incompatibles con el mismo. Un entrenador no
vivirá pegado a la excusa de su soledad, física e intelectual, ni a su exiguo
margen en ocasiones de presupuestos o fichajes, ni a recursos humanos impuestos
o limitados, y la palabra suerte se referirá sólo a victorias, y nunca
justificará derrotas, con esa clase que solo los mejores atesoran. Sabrá
digerir que, en ocasiones, una temporada aciaga marca su futuro, y distribuirá
autoridad e independencia en dosis equitativas.
(Luis Martín Moratinos, Juanjo Fernández "Feñe", Manolo Cueto)
(Luis Martín Moratinos, Juanjo Fernández "Feñe", Manolo Cueto)
Ser entrenador es un complicado entramado personal y
profesional que engancha sin piedad, y te acompaña toda la vida, quieras o no.
Es la pareja más fiel y constante que van a tener, y lo saben. Un entrenador,
como un profesor, quedará latente en tu memoria para siempre, pase el tiempo
que pase, y repetirás, casi sin querer, frases acuñadas, normas, manías o
supersticiones que marcaron su trayectoria, y la tuya por extensión.
Todos han contribuido a mi formación personal y deportiva, y
son responsables en buena medida de lo que soy. Todos me han enseñado.
Todos han sido referencias, por pequeñas que fuesen, que han
marcado el camino de mi vida. Mi reconocimiento a esa profesión, a los que me
adiestraron y a los que en el futuro van a escoger ese camino de formación de
jugadores y personas.
Gracias, de corazón, a todos aquellos entrenadores que me
acompañaron a lo largo de mi carrera deportiva, cuya autoridad acepté siempre
de forma sincera y noble. Ellos me educaron, me enseñaron a aceptar las normas,
a tener respeto, y prolongaron mi etapa escolar hasta el infinito…
Ser entrenador es un modelo de vida, incluso personal, un
estilo propio. Es llevar un maestro en el corazón, un ordenador en el cerebro y
una hermosa carga de por vida, esa dulce dama que siempre te sopla al oído.
¡Se entrenador, siempre! Te espera tu halo de gloria…
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